Todo es hermoso en esta película de Bertolucci: el paisaje de la Toscana italiana, los campos, el cielo, las estatuas de la casa de piedra y los jardines, la protagonista (una jovencísima Liv Tyler), la banda sonora, las puestas de sol junto a un olivo centenario, los primeros besos, la luz y las sombras en las escenas de sexo, los poemas, las palabras, las miradas…
Lucy es una joven americana que va a pasar una temporada a Italia a casa de unos amigos de su madre fallecida, con la intención de averiguar quién es su verdadero padre y con el recuerdo de un primer amor. En esa casa, la chica tiene que lidiar con un grupo de artistas y poetas, que la acogen en un mundo bohemio y liberal.
Tratándose de un personaje casi adolescente, de una niña-mujer tan bella, el sexo está en todos lados en la película. Bertolucci consigue sin embargo, aprovechar los tópicos de lo que es ya casi un género (abusos, relaciones dentro de la familia) para crear una tensión dramática que luego se queda simplemente en temores infundados. El sexo dentro de ese grupo de adultos y casi adultos es limpio, puro disfrute, puro hedonismo. Hasta los condenados a muerte se agarran a lo hermoso de la vida dentro del sufrimiento.
Belleza robada es una obra esteticista sobre las ganas de vivir, sobre el triunfo de la luz sobre la oscuridad. Preciosa y sin duda minusvalorada. Una invitación a sentir la vida como un verano perpetuo. Imperfecto, pero cálido. Con un punto de ingenuidad e intenso, lleno de todos los olores, de todos los colores, de toda la amistad y de todo el amor, ese que también puede ser imperfecto pero que es verdadero.
Punto y al arte 